Las paralelas que se tocan

2 de octubre de 2008

ANNA

Cuando me muera,
me moriré sola.
Nadie morirá por mí.
Cuando esté dispuesta
te diré,
"Fynn, ponme de pie",
y miraré
y me reiré
alegremente.
Si me caigo,
es que ya he muerto.

Hace bastantes años, por recomendación de una amiga, decidí leer un libro cuyo título no es que llamara mucho mi atención, pero aún así comencé a leerlo.
El libro lleva como título Señor Dios, soy Anna. Hoy es uno de los libros que recuerdo con más cariño.

Tengo la suerte de tener una abuela a la que le encanta leer, de hecho, mi biblioteca particular ha pasado casi por entero por sus manos. Hace pocos meses le propuse que leyera la reveladora vida de Anna y así lo hizo. Se trata de una novela que cuenta con apenas 300 páginas y me sorprendió ver que mi abuela llevaba más de una semana leyéndola (es una persona que dedica muchas horas al día a la lectura, por lo que devora los libros). Decidí preguntarle que cómo iba la lectura, que si le gustaba, que si le quedaba mucho para terminarla. Me respondió: "Ya la he leído y estoy leyéndola otra vez porque me encanta este libro". La miré con una sonrisa y comenzamos a hablar sobre la historia.

Señor Dios, soy Anna
es una novela para emocionarse, para descubrir cosas y, sobre todo, para pensar (esto último creo que no es mucho del agrado de mi querida amiga Lucía Maga).
Os animo a disfrutar con ella.

Un editor inglés recibió un día la visita de un desconocido que traía un manuscrito. El desconocido era Fynn; el manuscrito, el libro que después se publicaría.
El autor (Fynn) quería saber si tenía algún mérito la historia de su amistad con Anna, pero no deseaba hablar mucho del asunto. Desde entonces se ha negado a dar conferencias de prensa o a revelar más detalles de los que figuran en su novela.
El éxito fue inmediato, y a la versión hecha en Estados Unidos siguió la francesa.
Así como El Principito conmovió a los lectores en los años cincuenta, así también Anna fascinará a todos aquellos que se animen a leer la novela.

Una noche Fynn encuentra a una niñita de cinco años que no quiere volver a su casa. Se la lleva a vivir con él y comienza para ambos una aventura en la que Anna suele ser la maestra y el muchacho el desconcertado discípulo. Juntos descubre la vida y la serie de posibilidades insospechadas que puede ofrecer a quienes sepan mirar con nuevos ojos.

Anna es una niña normal y traviesa, pero también tiene el material del que están hechos los seres excepcionales. Detrás de su esmirriada figura se oculta una mística, una filósofa, una matemática, una socióloga y una antropóloga. Lo más importante para ella es el "querido señor Dios", centro de todo su universo. Pero su Dios no tiene nada que ver con el que presentan las iglesias ni con ningún concepto tradicional. Lo más importante para ella no es saber las cosas sobre Dios, sino hacerse lo más parecida a Él que sea posible, y para lograrlo recorre junto a Fynn los más insospechados caminos.

He aquí un pequeño fragmento de la obra:

"Una vez terminada la cena y recogido todos los restos y sobrantes, Anna y yo nos dedicábamos a alguna actividad, que generalmente elegía ella. Los cuentos de hadas quedaban de lado como simples ficciones; vivir era real, interesante, y mucho mas divertido. La lectura de la biblia no resultaba muy satisfactoria. Anna la consideraba mas bien como una lectura elemental, estrictamente para niños muy pequeños. El mensaje de la Biblia era simple, y cualquiera que tuviera dos dedos de frente lo entendía en media hora escasa.
La religión era para hacer cosas. Una vez captado el mensaje, no servía de mucho volver una y otra vez sobre los mismo. El párroco de nuestro barrio se quedó de una pieza cuando habló con Anna de Dios.

La conversación fue así:
-¿Tú crees en Dios?
-Sí.
-¿Y sabes lo que es Dios?
-Sí.
-Bueno. ¿Qué es Dios?
-!Es Dios!
-¿Vas a la Iglesia?
-No.
-¿Por qué no?
-!Por que ya sé todo lo que hay que saber!
-¿Que es lo que sabes?
-Se amar al Señor Dios y amar a la gente y a los gatos y a los perros y a las arañas y a las flores y a los árboles – y la enumeración seguía y seguía - con todo mi corazón.

Carol me miró con una sonrisa. Stan puso cara de ausente y yo me metí a toda prisa un cigarrillo en la boca y me permití el lujo de toser un poco. No es mucho lo que se puede hacer frente a una acusación como ésa, ya que en el fondo de eso se trataba. (“Los locos y los niños...”). Anna había dejado de lado los detalles para destilar siglos de enseñanza en una sola declaración:

-Y Dios dijo ámame, ámalos y no te olvides de amarte a ti mismo también.

A Anna, toda la historia de que los adultos fueran a la iglesia le parecía muy sospechosa. La idea de una adoración colectiva chocaba con su necesidad de mantener conversaciones privadas con el Señor Dios. Y en cuanto a eso de ir a la iglesia a encontrarse con el Señor Dios, le parecía ridículo. Después de todo, si el Señor Dios no estaba en todas partes, no estaba en ningún lado. Para Anna, la presencia física en la iglesia y las charlas con el Señor Dios no tenían necesariamente ninguna relación. Para ella, todo el asunto era de una transparente simplicidad. Cuando uno era muy pequeñito, iba a la iglesia para enterarse del mensaje. Una vez lo conocía, se iba y comenzaba a practicar lo que había aprendido. Si uno seguía yendo a la iglesia era porque no había recibido el mensaje, porque no lo había entendido, o simplemente por hacer alarde...”

“...Me imagino que las palabras que mas utilizaba Anna cuando escribía y hablabla eran “Señor Dios”. Las que les pisaban los talones eran las que Anna llamaba palabras “de preguntar”. “Qué”, “cuál”, “dónde”, “por qué”, “quién”, todas ellas eran palabras de preguntar. Además de palabras de preguntar, había palabras de contestar; esas eran las palabras que indicaban algo, que señalaban algo. No era cuestión de señalar con el dedo; se señalaba con la lengua diciendo: “Eso”, “este”, “ahí”, “porque”, “yo”, (o “tú” o “el Señor Dios”).

En general, Anna estaba convencida de que el lenguaje mismo se podía dividir en dos partes: la parte de preguntar y la parte de contestar. De las dos, la parte de preguntar era la mas importante. La parte de contestar daba ciertas satisfacciones, pero no era tan importante como la parte de preguntar, ni con mucho. Las preguntas era una especie de picazón interna, una urgencia de avanzar. Las preguntas, pero las preguntas de verdad, tenían una peculiaridad; jugar con ellas era peligroso, pero emocionante. Nunca se sabía donde podía uno ir a parar.
Ese era el problema de algunos sitios como la escuela y la iglesia; parecía que de las partes del lenguaje, les interesaba más la de contestar que la de preguntar...”

Señor Dios, soy Anna , Fynn
Editorial Colins, Londres, 1974

Para descargar el libro, el siguiente enlace.

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